Sin duda alguna, la madrugada del 27 de febrero del 2010 será recordada por muchos años por los chilenos. El terremoto y posterior tsunami que azotó nuestra patria, desplegó su enorme manto de destrucción y desolación sobre el área en que vive casi el 80% de los chilenos. Subjetivamente, ninguno de los que vivimos en esta tierra sentimos que somos exactamente los mismos luego de ese día, y ese sentimiento fue especialmente potente en las primeras semanas posteriores a la catástrofe. Las organizaciones en general y los negocios en particular son fenómenos que operan en realidades culturales complejas y cambiantes. Su desarrollo -en términos de éxito y fracaso- está condicionado en parte importante de su capacidad de adaptarse al entorno en que se desenvuelven. Por eso el terremoto y tsunami también representan desafíos mayores a los planes que las diversas empresas estaban desarrollando en ese momento. Súbitamente, planes y programas dejaron de ser viables o perdieron una parte importante de la relevancia que tenían y el imperativo clásico de la planificación estratégica de “adaptarse a entornos cambiantes” se hizo más patente que nunca.
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